Ya acabó Expoliva, la madre de todas las ferias y la gran muestra del aceite de oliva. Y parece que con sonoro éxito, a tenor de la valoración de los expositores y los visitantes, en general, y de la organización, en particular. No es nada extraño, pese al escenario de pérdidas de nuestro producto estrella y a las circunstancias tan adversas en las que se encuentra el sector. Esta feria es una garantía de éxito porque se hacen las cosas razonablemente bien y podemos decir, por lo tanto, que la feria no ha tocado techo, aunque el listón esté ya alto.
Ciertamente Expoliva tiene muchas luces. El mejor faro es que pone a Jaén en el mapa y promociona las bondades de nuestro aceite de oliva. Eso nadie lo pone en cuestión ni está en discusión. Pero también tiene la parte de las sombras. A bote pronto he detectado dos riesgos, quizá dos amenazas. Hay una sobreabundancia de información que hace que algunos asuntos se aborden de manera tangencial y superficial, con lo que la información muchas veces se diluye como un azucarillo. Y otra es que hay que tener cuidado para que no se le suba a nadie el ego a la cabeza porque cabe el peligro de morir de éxito. Cuidado pues.
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